domingo, 2 de octubre de 2011

El miedo a lo imprevisto

"No estoy preparado para esto", "no sé lo que tengo que hacer", o "tengo demasiado miedo" son frases muy típicas cuando alguien rehúsa enfrentarse a un reto. Reto, que, según se define en la Real de la Lengua ( http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual ) es a la vez un "objetivo o empeño difícil de llevar a cabo, y que constituye por ello un estímulo y un desafío para quien lo afronta" y una "acción de amenazar".  ¿Por qué es esta, y no otra, la justificación (y podemos pensar también que la razón) que se presenta al declinar la responsabilidad y tratar de atrincherarse en la indefensión?


Control. En su libro "La práctica de la atención plena", Jon Kabat-Zinn nos habla de una especie de lacra o defecto que nos acosa desde el primer día en que nos escudamos en nuestra razón para no realizar acciones que nuestra propia razón aconseja sí llevar a cabo. Tenemos miedo a no tener el control, bien sobre nosotros mismos, "no estando preparados", sobre las circunstancias, "teniendo demasiado miedo" o sobre la respuesta que hemos de dar a las mismas "no sabiendo qué tenemos que hacer". Y es la sensación de control. Al natural, podríamos decir, casi "por defecto", siguiendo las líneas biologicistas del estudio del ser humano y sus vicisitudes (psicología, psiquiatría, etología...), tendemos a controlar todo lo que nos rodea, al contrario, podríamos pensar, que el resto de especies.
Error. Todas las especies controlan: los zorros construyen madrigueras, los cangrejos ermitaños se buscan un caparazón mejor que los defienda del entorno, y hasta la rama vegetal de la vida controla el suelo sobre el que se asienta y bajo el cual se alimenta, produciendo una serie de frutos, hojas u objetos perecederos que modifican su composición, favoreciendo o dificultando el crecimiento de otros competidores. ¿Por qué ellos no tienen miedo a dejar de controlar? Porque saben que su control tiene unos límites.
Sin embargo, nosotros los humanos tenemos una "capacidad intelectual superior", esto quiere decir que comprendemos mejor el ambiente que nos rodea, y por tanto, podemos conocer en mayor profundidad la complejidad de los sucesos que en él acontecen, y sabemos cuántos nuevos campos pueden ser controlados. Lo único que hay de malo en esta capacidad de raciocinio es que esos campos, aún, o quizás para siempre, escapan a nuestra capacidad de controlarlos.


Terry Pratchett, en su libro "Papá Puerco", por lo demás una cándida y deliciosa sátira de las creencias religiosas, habla por boca de uno de sus personajes (curiosamente, la Muerte), diciendo que "los humanos, como saben que no pueden controlar las cosas, les ponen nombres, y al poner nombres, acaban inventándose mentiras. Esas mentiras no son perjudiciales, sino que sirven para que su sociedad funcione sin que el miedo a no poder controlar el mundo a su alrededor los vuelva locos." Las mentiras de las que habla la Muerte, que por otra parte resultairónico conocedor de la vida más allá de toda posibilidad humana, excesivamente sesgada por el aspecto emocional (que también, por suerte o por desgracia, resulta enormemente adaptadidvo), son lo que damos en llamar (es decir, ya mentimos incluso en el nombre que les ponemos) los "grandes valores de la sociedad", y decimos que está cimentada sobre ellos.
Insisto en citar a mi cadavérico amigo de nuevo, recordando que si "recorres el Universo de principio a final, lo mueles, lo trituras y lo separas átomo a átomo, partícula a partícula, encontrarás que no existe ni el más mínimo rastro de Piedad, Honestidad, Sinceridad, Amor, Respeto, Justicia e incluso, Verdad) Eso no existe. Pero funciona como si existiese". Porque lo necesitamos.

La verdad, el amor, el respeto, los derechos, que atribuimos automáticamente a cualquier ser vivo por existir, no existen, y sin embargo actuamos como si existieran. Pero ya tenemos entrenamiento. Según los más avanzados estudios científicos, y hasta la fecha parece ser cierto porque ni Dios (lo siento, tenía que meter de por medio un chiste de estos) ha sido capaz de demostrar lo contrario, los colores no existen en la naturaleza. El mundo es gris. Nosotros interpretamos ese gris y le ponemos colores para así poder controlarlo mejor. Porque, evolutivamente, resulta mucho más útil distinguir un patrón de rayas naranjas y negras entre el verde del follaje que saber escupir un hueso de aceituna a 15 metros de distancia. Que también mola, ojo, pero no te asegura que el tigre no te vaya a comer.
Estamos hechos para mentir, no sólo a los demás, sino también a nosotros mismos. Nacimos para mentir, crecimios para mentir, evolucionamos para mentir. La Verdad no sólo no existe, sino que es una mentira. Así que el control no es posible. Habrá que hacer las cosas, pues, a la antigua usanza. Improvisando. Que vuestros dioses os pillen confesados.

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