domingo, 2 de octubre de 2011

El miedo a lo imprevisto

"No estoy preparado para esto", "no sé lo que tengo que hacer", o "tengo demasiado miedo" son frases muy típicas cuando alguien rehúsa enfrentarse a un reto. Reto, que, según se define en la Real de la Lengua ( http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual ) es a la vez un "objetivo o empeño difícil de llevar a cabo, y que constituye por ello un estímulo y un desafío para quien lo afronta" y una "acción de amenazar".  ¿Por qué es esta, y no otra, la justificación (y podemos pensar también que la razón) que se presenta al declinar la responsabilidad y tratar de atrincherarse en la indefensión?


Control. En su libro "La práctica de la atención plena", Jon Kabat-Zinn nos habla de una especie de lacra o defecto que nos acosa desde el primer día en que nos escudamos en nuestra razón para no realizar acciones que nuestra propia razón aconseja sí llevar a cabo. Tenemos miedo a no tener el control, bien sobre nosotros mismos, "no estando preparados", sobre las circunstancias, "teniendo demasiado miedo" o sobre la respuesta que hemos de dar a las mismas "no sabiendo qué tenemos que hacer". Y es la sensación de control. Al natural, podríamos decir, casi "por defecto", siguiendo las líneas biologicistas del estudio del ser humano y sus vicisitudes (psicología, psiquiatría, etología...), tendemos a controlar todo lo que nos rodea, al contrario, podríamos pensar, que el resto de especies.
Error. Todas las especies controlan: los zorros construyen madrigueras, los cangrejos ermitaños se buscan un caparazón mejor que los defienda del entorno, y hasta la rama vegetal de la vida controla el suelo sobre el que se asienta y bajo el cual se alimenta, produciendo una serie de frutos, hojas u objetos perecederos que modifican su composición, favoreciendo o dificultando el crecimiento de otros competidores. ¿Por qué ellos no tienen miedo a dejar de controlar? Porque saben que su control tiene unos límites.
Sin embargo, nosotros los humanos tenemos una "capacidad intelectual superior", esto quiere decir que comprendemos mejor el ambiente que nos rodea, y por tanto, podemos conocer en mayor profundidad la complejidad de los sucesos que en él acontecen, y sabemos cuántos nuevos campos pueden ser controlados. Lo único que hay de malo en esta capacidad de raciocinio es que esos campos, aún, o quizás para siempre, escapan a nuestra capacidad de controlarlos.


Terry Pratchett, en su libro "Papá Puerco", por lo demás una cándida y deliciosa sátira de las creencias religiosas, habla por boca de uno de sus personajes (curiosamente, la Muerte), diciendo que "los humanos, como saben que no pueden controlar las cosas, les ponen nombres, y al poner nombres, acaban inventándose mentiras. Esas mentiras no son perjudiciales, sino que sirven para que su sociedad funcione sin que el miedo a no poder controlar el mundo a su alrededor los vuelva locos." Las mentiras de las que habla la Muerte, que por otra parte resultairónico conocedor de la vida más allá de toda posibilidad humana, excesivamente sesgada por el aspecto emocional (que también, por suerte o por desgracia, resulta enormemente adaptadidvo), son lo que damos en llamar (es decir, ya mentimos incluso en el nombre que les ponemos) los "grandes valores de la sociedad", y decimos que está cimentada sobre ellos.
Insisto en citar a mi cadavérico amigo de nuevo, recordando que si "recorres el Universo de principio a final, lo mueles, lo trituras y lo separas átomo a átomo, partícula a partícula, encontrarás que no existe ni el más mínimo rastro de Piedad, Honestidad, Sinceridad, Amor, Respeto, Justicia e incluso, Verdad) Eso no existe. Pero funciona como si existiese". Porque lo necesitamos.

La verdad, el amor, el respeto, los derechos, que atribuimos automáticamente a cualquier ser vivo por existir, no existen, y sin embargo actuamos como si existieran. Pero ya tenemos entrenamiento. Según los más avanzados estudios científicos, y hasta la fecha parece ser cierto porque ni Dios (lo siento, tenía que meter de por medio un chiste de estos) ha sido capaz de demostrar lo contrario, los colores no existen en la naturaleza. El mundo es gris. Nosotros interpretamos ese gris y le ponemos colores para así poder controlarlo mejor. Porque, evolutivamente, resulta mucho más útil distinguir un patrón de rayas naranjas y negras entre el verde del follaje que saber escupir un hueso de aceituna a 15 metros de distancia. Que también mola, ojo, pero no te asegura que el tigre no te vaya a comer.
Estamos hechos para mentir, no sólo a los demás, sino también a nosotros mismos. Nacimos para mentir, crecimios para mentir, evolucionamos para mentir. La Verdad no sólo no existe, sino que es una mentira. Así que el control no es posible. Habrá que hacer las cosas, pues, a la antigua usanza. Improvisando. Que vuestros dioses os pillen confesados.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Las Leyes de la Ignorancia

Hoy toca seguir dando caña a la gran madre Ciencia, que todo lo sabe y puede aproximadamente la mitad de lo que sabe. O quizás está segura de que sabe pero no lo tiene del todo claro. Sea el caso que sea, voy a seguir tocándole las narices. O mejor aún, tocaré las narices de los científicos, que están demasiado seguros en su sillón bajo el principio de que su sistema de conocimiento es el Verdadero porque Funciona (que funciona, sin duda) y olvidan que para que funcione, primero deberían acatarlo con rigor. Que sí, que algo de rigor tienen, pero no todo. Porque son humanos, y como humanos, falibles e imperfectos, por tanto el método, en el supuesto de que fuera perfecto, no va a poder ser aplicado a la perfección. Ya la cagamos, Newton. Y acabamos de empezar la entrada.

En fin, vamos allá: orbitaremos alrededor del concepto de Leyes científicas en las llamadas Ciencias naturales, que son, según Wikipedia, estas de aquí. Las ciencias naturales elaboran una serie de "reglas que relacionan eventos que tienen una ocurrencia conjunta, generalmente causal, y que ha sido puesta de manifiesto siguiendo el método científico". Bien, hasta ahí bien, si pasamos por alto que el "método científico" es enormemente sospechoso porque se basa en interpretar datos, que sólo pueden aparecer de una determinada forma o manera específica y prediseñada, en términos naturales, globales, y en general, de probabilidad.
Pasándolo por alto, como dije, tenemos que estas reglas son sólo la manifestación, declaración o afirmación de la existencia de una relación entre un fenómeno y otro. Así, sin más, y traducido al román paladino, como se dice, suena de esta forma:
"una regla científica es la declaración de que hemos encontrado una relación de causa-efecto entre dos fenómenos a base de experimentación, observación y análisis de datos".
Enormemente convincente, ¿no? Hemos visto esto, así te lo contamos, y podemos utilizarlo para predecir lo que va a suceder si encontramos un cambio en uno de los fenómenos, especialmente el causal. Véase aquí a Galileo diciendo "Si es verdad que un efecto tiene una sola causa primaria y que entre la causa y el efecto hay una conexión firme y constante, debe entonces concluirse necesariamente que allí donde se perciba una alteración firme y constante en el efecto habrá una alteración firme y constante en la causa".

Funciona. Joder si funciona, lleva siglos funcionando porque está hecho de forma que funcione. Alguien se tomó muchas molestias en hacer un sistema que funcionase. Y ése fue el error. ¿por qué? Veamos antecedentes.
Hace aún más tiempo, los chamanes encontraron que los Espíritus eran tremendamente útiles como explicación. Eh, frotabas un palo contra otro para que el espíritu del fuego naciese con el apareamiento de los espíritus del aire y la tierra. Y no fallaba: si frotabas un palo con otro, los espíritus esos se ponían morados y acababa saliendo el fuego de la pasión. Y el de la hoguera, de paso. Y empezaron a ir las cosas mal cuando se encontraron que los espíritus no podían explicar cosas más complejas como, por ejemplo, todas esas cosas que tenemos dentro y que se ven cuando alguien nos abre por la mitad, aparte de para doler, para qué sirven.
Entonces los Espíritus empezaron a liarse, y aparecieron explicaciones cada vez más complejas sobre cómo estaban las cosas hechas o cómo las habían fabricado, y al final los Espíritus dimitieron porque estaban desbordados, cambiaron de puesto y se transformaron en Dioses. Y eso sí que fue una pifia monumental, porque los Dioses ya podían hacer lo que quisiesen. Así que hale, fiesta. A crear y destruir cosas. Chorradas aparte, lo que realmente importaba de los dioses es que, como eran omnipotentes, lo podían explicar todo. Y si no lo podías explicar directamente, ibas y se lo preguntabas. Claro que no te contestaban, pero por lo general te dabas por contento con preguntar. Ya habías hecho tu parte.

Entonces a alguien se le ocurrió buscar un sistema de conocimiento que no necesitase de la intervención divina y que, por tanto, tuviese a la fuerza que esforzarse en buscar una explicación, con lo cual como mínimo encontraría una que sirviese para algo. Podría estar equivocada, pero tenías un conocimiento práctico. Ejemplo: "oye, mira esta historia: el agua desciende siguiendo la forma del objeto al que rodea. Si le pongo una rampa con topes y lo hago girar, podré hacer subir el agua hacia arriba". Y éste es el principio del Tornillo sin Fin. Bien hecho ahí.
Pronto el conocimiento que se acumulaba con este sistema era demasiado, y hubo que ponerle una serie de limitaciones: vamos a quedarnos con lo que se pueda comprobar en cualquier momento, y dejarnos de teorías demasiado complicadas (replicabilidad y parsimonia, dos buenos principios). Y como era lo que mejor funcionaba, apareció el primer error, que fue ponerle el nombre inadecuado a lo que hoy llaman Ley. Como "suposición de que hay un par de cosas que están relacionadas de alguna forma y si cambias una, cambiarás la otra", lo llamaron ley.

Lo que tiene de malo el concepto de Ley es que implica obligación. Tal como se utilizan en debates, discusiones y publicaciones científicas, parece asumirse que las Leyes han perdido su papel de afirmación basada en hechos reales y pasan a ser normas que rigen dichos hechos. Precisamente por estar tan poco equivocadas y ser tan demostrables se asumen que son necesariamente ciertas y se las cosifica, convirtiéndolas en algo real y nublando el juicio del científico, que se supone debería tener una mente inquisitiva y admitir lo que ve antes que negarlo en favor de sus propias convicciones.

Decidle a un físico "tengo una roca que flota" y lo primero que os contestará es "imposible". Después dirá algo relativo a la gravedad.  Decidle a un biólogo que escupís fuego y os dirá "imposible", haciendo un montón de demostraciones de cómo las Leyes de la Biología impiden que escupáis fuego.

Este tipo de planteamiento es el que está haciendo que el sistema deje de funcionar, al menos tan bien como funcionaba. Porque si priorizamos el modelo de una realidad frente a la realidad que representa, acabaremos perfeccionando el modelo y a la vez desajustándolo de esa realidad, de forma que tendremos que perfeccionarlo aún más para explicar esos desajustes, lo que llevará a conclusiones eminentemente falsas e ilógicas, amén de para nada parsimoniosas.

En ningún momento digo que no funcione la Santa Madre Ciencia (ya se me ha escapado otra vez!). Digo que funciona tan bien que algunos hombres de ciencia  la confunden con una deidad, algo que no sólo explica la realidad sino que también la obliga a comportarse de cierta manera. Se ha creado un género de películas llamado ciencia ficción, y se comenta alegremente cómo los sucesos que se ven en la pantalla son "imposibles" y "nunca podrían suceder", porque "no cumplen las leyes de..." la física, la biología, la genética o hasta la termodinámica.

Las leyes son algo que ha de ser cumplido, esta no es la relación entre las ideas científicas y la realidad, y por tanto la palabra no es adecuada para describir estas declaraciones porque, como es más que sabido, los hechos son muy tozudos, y si tiene que ser que la dichosa piedra flote, flotará, pese a la Ley que pese. Principio, por ejemplo, es una palabra que ya no resulta tan conminatoria. Estaría mejor, piensa un servidor.
Sea como fuese, es importante recordar que las leyes científicas dependen de la realidad, y no viceversa. Olvidaos de esto, y moriréis gritando "¡Es imposible!" cuando se os eche encima cualquier roca voladora.

No necesitamos un científico-sacerdote que grite y maldiga a cualquiera que muestre algo que le lleve la contraria. Necesitamos un científico-curioso que cuando vea algo que le lleve la contraria no diga "imposible", sino "interesante". Pensad en la diferencia entre vuestro profe de Biología y Leonardo da Vinci. Por éso da Vinci era genial, porque sabía que hay que preguntar antes que disparar.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Los Hijos Del Mal

Musiquilla de ambiente

Bien, ahora en serio: voy a hacer una entrada cortita pero concisa en la que pienso ejercer un poco de analista del principio de Maquiavelo: "el fin justifica los medios". Para todos aquellos que tengan pruebas concluyentes de que él no dijo eso, gracias por hacérmelo saber. Y bien, "el fin justifica los medios" es una frase que tiene demasiada mala fama, a mi humilde (ja!) juicio. Veamos por qué.
Habitualmente se cree que cuando se usa esto como argumento, el fin que perseguimos, o bien es Malo, o bien se ha olvidado el auténtico fin en favor de los medios, que por supuesto, serán también Malos. Que, si lo miras bien, cae bastante dentro de la lógica desde el sesgo que establece que quienes utilizan una frase como esa, necesariamente han de ser personas malvadas.
Coño, pues no. ¿A nadie se le ha ocurrido que muy probablemente para Buda el fin también justifica los medios? Precisamente porque los medios son la manera de alcanzar el fin. Si lo que quieres es realizar una Buena Acción, es decir, lograr un objetivo que será beneficioso para mucha gente, raramente podrás utilizar medios que perjudiquen a muchos, es decir, Malos Modos. Eso cabría esperar. Pero, ¿qué ocurre cuando intentas hacer algo Bueno y acabas utilizando fines Malos?

Lo primero que ocurre es que te das cuenta de que Bien y Mal son conceptos ficticios y volubles. Más una opinión que algo sólido: no existe algo así como el Bien y el Mal absolutos (en esto hasta el Papa está de acuerdo conmigo), como existe el Cero Absoluto en cuestión de temperatura, hasta que encontremos algo más frío. Existen cosas que perjudican a más (malas) o menos (buenas) personas, y también las benefician en mayor (buenas) o menor (malas) medida.
Desde este punto de vista, encontramos que un timador que se monta un sistema piramidal beneficia a muchas personas (todos los ciudadanos bien intencionados que venden tupperwares de casa en casa), y a la vez a sí mismo, rascando un porcentaje de todas las ventas. Ah, pero es Malo, porque engaña a los compradores y vendedores para que trabajen para él sin pagarles, y alguna que otra cosilla más hace con intención de sacar beneficio para sí mismo y no para los demás.
Vale, vale: mal ejemplo. El hombre de ciencias, el médico, una persona cuyo objetivo en la vida es aliviar el sufrimiento de los demás, busca encontrar una cura contra el SIDA. Eso es Bueno. Pero para conseguirlo ha de hacer enfermar hasta morir a varias decenas de monos Rhesus, hasta que uno de ellos produzca los anticuerpos necesarios. Eso ya es mucho más perjudicial, es decir, Malo.
Si me guío por la lógica en ambas dos circunstancias, basta con que el fin (beneficio propio exclusivo) o los medios (investigación con animales) sean perjudiciales para uno u otro tipo de monos, y ya lo podemos calificar como Malo.

Una conclusión un poco precipitada pero más o menos aceptable para resumir la opinión de un servidor al respecto. Que es más o menos lo mismo que pienso de la poesía: los conceptos Bien y Mal vienen estupendos para adornar las cosas, pero cuando necesites hacer algo en serio, vale más que vayas a lo práctico. Y ahí es donde se explica el título de la entrada. He encontrado en la página del Templo de Tezcat, es decir, una asociación de satanismo( los Chicos Malos por definición, tal como los vendemos y se venden ellos mismos), una demostración sobre como la mejor opción posible cuando te encuentras con otro ser humano frente a frente es, independientemente de que seas Bueno o Malo, ser amable y cooperar con él. Como suena.
De todas formas, estos Chicos Malos siempre dicen que es recomendable ser amable con tu vecino, no sea que se le ocurra sacarte los dientes. Sabio consejo ese. También dicen que si tu vecino no es amable contigo, qué demonios, sácaselos tú. Es el obvio complemento al anterior. Bien, antes de que concluya, la demostración, que no veo del todo sólida pero sí muy bien elaborada y hasta creíble, está en este enlace.

Bien, una vez que estamos en ello sería bueno preguntarse cómo funciona lo suyo: ¿es Bueno o Malo? Veamos. Si uno lee el artículo, más o menos puede deducir que su método es Llevarse Bien Con el Prójimo para que todos salgan ganando. Ahí me suena a Bueno, ¿sí?. Ah, pero, ¿por qué quieren Llevarse Bien Con el Prójimo? Si encontramos los principios filosóficos de este estilo de vida (para los comodones, los dejo aquí, estudiaros la página y me comentáis si ando equivocado), resulta que son amables no sólo porque piensan que es Buena Idea serlo, sino porque siéndolo, pueden Aprovecharse Mejor del Prójimo. Así que, en conjunción, su idea es Llevarse Bien Con el Prójimo para Aprovecharse Mejor De Él. Unos listillos bastante agudos, pero os hemos pillado.
Por cierto que el mismo estilo de vida llevan las personas clasificadas por la Psicología como psicópatas (sácate a Hannibal Lecter de la cabeza, eso es una película. El mayor experto en psicópatas del mundo es Robert Hare, y su propia Biblia Satánica, digo Psicopática, es esta.), lo cual no deja de llamarme la atención.

Un fin Malo, unos medios Buenos. Si el fin no justificase los medios, encontraríamos que los satanistas utilizarían las maneras más clásicas de aprovecharse de los demás, que en el Primer Mundo civilizado consisten en un complejo sistema de creencias que te hace pensar que si dejas que unos cuantos privilegiados se aprovechen de tí, en un futuro sólo alcanzable mediante la muerte vivirás mejor. Ilógico, pero parece ser que ha triunfado, en una historia que se llama... leches, qué mal ando de memoria. ¿A alguien le suena la organización esa que montaron hace unos dos mil años, allá en Roma? La Mafia, no, espera... ah, sí. La Iglesia.
Es justamente lo contrario, si nos fijamos. Tienen un Buen fin: llevarnos a todos al paraíso. Desafortunadamente sus medios son Malos: prohibición, sumisión, culpabilidad por algo que alguien hizo hace un porrón de años, y finalmente, la muerte, son los únicos medios que un ciudadano de a pie tiene para alcanzar el paraíso. Si lo miras bien llegas a la conclusión de que, leches, la Iglesia de Jesús y la de Satán son igual de Malas.
Por si acaso somos todos Pecadores Hijos del Mal, yo pienso seguir siendo todo lo amable que pueda con mi vecino. Parece ser que está matemáticamente demostrado que "poner la otra mejilla" da pie a que se aprovechen de mí, y "sacarle los dientes al vecino" da pie a que la Policía haga preguntas. Haga lo que haga, vamos a acabar Mal, así que al menos no daremos oportunidad de decir que no lo intenté. Sed Buenos. Si es que averiguáis cómo se hace.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Football

Esta es la Parábola del Futbolista (Mark, Escritos Lokaritanos I), tal y como fue concebida unos meses atrás con el fin de explicar a unas cuantas personas por qué afiliarse a un "bando", o pertenecer a cualquier corriente ideológica, de esas que acaban en "-ista", es poco aconsejable. Vamos allá con la Opinión No Fundamentada Empíricamente.

Ocurre que un día, una serie de caballeros, allá arriba en las Islas de la Gran Bretaña, que encontraban que un viejo juego popular podría ser un deporte interesante, se reunieron con otra serie de caballeros, que disponían de un pradete y mucho tiempo libre, y establecieron una serie de normas. Esas normas se llamaron "reglas del juego", y estaban hechas con la idea de que todo el mundo pudiese entenderlas a la primera para así también jugar al jueguecillo y pasárselo bien haciendo deporte con sus coleguillas, o incluso unos desconocidos. Qué más daba, lo importante era el moverse. Y como el juego consistía en darle patadas con el pie ("foot") a una pelota ("ball"), entre otras cosas, decidieron llamarlo "Football".

1863, y ya había una organización bastante seria, la "Football Association", que se encargaba de distribuir las reglas. Bien, ahora analicemos cómo estaban las cosas en aquél momento: ya habían pasado la primera revolución industrial, y estaban en la segunda hasta el cuello. Había dinero, mucha gente (que tuviese dinero) podía permitirse jugar a un inocente jueguecillo popular que se hubiese puesto de moda, y mucha clase popular que no podía permitirse perder el tiempo, pero sí jugar un poco al "football" como siempre lo hicieron, con fines recreativos.
Así que nos encontramos con una situación en la que cada vez más personas se juntaban para, insisto, jugar a un juego, hacer algo de ejercicio y pasar el rato. Pero claro, no podía permitirse, tenía que haber organización. No vaya a ser que el otro haga... trampas. Bien, tenemos reglas, y tenemos una asociación que las gestiona, así que vamos a ver qué pasa con los jugadores.
Los jugadores se juntaban habitualmente, evidentemente en el lugar que mejor les parecía, que solía ser cerca de casa. Y ahora es donde empieza lo interesante. Dada la tendencia humana natural y sana en circunstancias naturales de crear categorías (una de las primeras, seguro, fue "cosas de las que correr"), la población de una ciudad hace categorías con cualquier cosa que encuentra a mano, y una de las más sencillas, elementales, obvias y recalcitrantemente tentadoras es la del barrio. Así que ya está liada: comenzamos a organizarnos por bandos.

Y por fin, 148 años después de la aparición de la primera asociación que gestionase las reglas, hemos perdido un juego y hemos ganado un Coliseo. Hace 130 años, los muchachos de la Calle Juela se echaban un partidillo con los de la Plaza Patilla en el Parque Miras cada domingo. A veces ganaban, a veces perdían, otras empataban y, de vez en cuando, por gajes del oficio, que no somos perfectos, alguno se torcía un tobillo. Eh, estas cosas pasan, cuánto lo siento, hermano, pasa por mi casa y cenas por mi cuenta hoy, ya hablaremos con el jefe para que no te despida, etc. ¿Sabéis a quién le importaba eso? A las 20 o 25 personas que estaban allí, y a algún mirón ocasional. Y los que miraban, normalmente era porque también jugaban y bueno, si te gusta el ajedrez, y ves una partida en una terraza de un bar, vaya, le echarás un vistazo, ¿no? No tiene nada de malo.
Hoy en día, la cosa ya no es así. Para empezar, ya no son Jorge, Hilario y el moñas de Matías jugando en un parque, y a ver si dejáis de dar patadas a esa pelota ya, que lleváis tres horas ocupando el parque, que parecéis críos. Qué va. Es el Real Club De Fútbol de Villaguay contra el Football Club de Chachiquesí, en un Pedazo de Estadio que ha costado más millones que toda la cantidad de gente que va a pasar por allí en 100 años. Y hay personas que no han dado una patada al balón en su Santa Vida, sentadas en una posición privilegiada, mirando cómo juegan y comentando lo mal que lo hacen. O lo bien que lo hacen, si están generosos. Esta gente recibe el Sagrado Nombramiento de Comentarista Sacrosanto y Pastor de la Palabra de Los Que De Verdad Saben De Fútbol (y no esos pringaos que están en el campo dando pataditas a un balón, esos están de adorno).
Hace 130 años, el moñas de Matías, de la Calle Juela, se encontraba con Pedrito, de la Plaza Patilla, en un bar, y le decía "¡coño, pero si es el Pedrito! ¿Qué tal te va con los críos, hombre?". Hoy, un Miembro de un Club de Fútbol (R.C.F. Villaguay) que vive en Chachiquesí se topa con un Chachiquesiano (Chachiquesí F.C.) nacido en Villaguay en un bar, y se Monta Una Discusión en la que los dos discuten sobre cómo "os vamos a pegar una paliza, pringaos, que no tenéis Ni Idea De Fútbol, en el próximo partido". Ninguno de los dos va a pisar el campo, eso seguro. Pero hablarán como si cada uno tuviera en sus manos La Auténtica Verdad sobre lo Realmente importante. Que, recordemos, es un juego popular que cuatro o cinco caballeros decidieron practicar como deporte hace años.
Igual que el señor Sandwich se hizo un emparedado en su día porque, cosas que pasan, tenía hambre y le pareció una idea tremendamente buena meter comida entre dos trozos de pan, y hoy en día hay un Concurso Internacional de Sandwich (con críticos gastronómicos, por supuesto. Ya os cogeré por banda en otra entrada, no creáis que no os he visto), a unos cuantos amigos se les ocurrió darle un par de patadas a un balón y bueno... ahí tenéis el resultado.
Calculadlo vosotros mismos: ¿cuántas personas, y ahí estoy mirando a los hinchas, hooligans y similares, hacen de un juego un modo de vida? Un juego popular. Podréis ponerle todas las normas que queráis, podréis complicarlo con tanta teoría como os apetezca, podréis convertirlo en un negocio, pero incluso con todas las armas que tengáis, nunca podréis evitar esta imagen. El fútbol es un juego popular y como canta Lujuria, "volverá común al pueblo lo que del pueblo saliera".
Estos chavales no tienen un balón de reglamento, no tienen unas zapatillas Nike último modelo con incrustaciones de Flubber en la puntera y motor diésel de 157 CV. No tienen nada del fútbol que tu vendes, pero están haciendo lo que el fútbol es: diversión.
Ahora, todos estos forofos, hinchas, hooligans y similares, que lloráis cuando vuestro equipo pierde, que odiáis al otro equipo, que os rompéis la cara con cualquiera que diga que "no sabéis de fútbol", no son exclusivos del nuevo Football.

Y aquí es donde viene la Moraleja en la Parábola del Futbolista. Porque exactamente lo mismo pasa en, veamos... todo. En Todo, por supuesto. Desde las distintas corrientes de Filosofía, Psicología y Religión, donde todo el mundo se olvidó del propósito original de Aprender Sobre el Mundo y Ayudar al Prójimo, y empiezan a aparecer Sofistas, Empiristas, Conductistas, Psicoanalistas, Baptistas y Evangelistas, donde debería haber Gente Que Hace Cosas, que es lo que somos todos, en resumen.
Esto responde a un nombre curioso, que no voy a citar aquí en toda su complejidad, pero se podría resumir en Establecer Categorías Innecesariamente Complejas Violando El Principio De Parsimonia (ni siquiera el churrumbel del príncipe tiene un nombre tan largo), y que el buen lokaritano, siguiendo una línea de sabiduría largamente olvidada conocida como "pensar con la cabeza y no con el monedero", da en llamar, como mucha otra gente práctica, Poner Puertas al Campo. No tiene sentido usarlas, no van a servir para nada y, tarde o temprano, una persona que vaya algo despistada, va a toparse con ellas. Y eso no será bueno.

El fenómeno del pentecostés

Ciencia y Religión. Qué grandes amigas. Mientras la Religión tiene sus propios antagonistas (véase, el Demonio para los cristianos, los Titanes para los griegos, y la infinidad de Espíritus Malignos que pueblan los panteones asiáticos), la Ciencia no ha conseguido encontrar un rival suficientemente digno que no sea, irónicamente la propia Religión. Así pues, mientras Satanás ha servido para mantener en el negocio a la Iglesia Católica, las religiones monoteístas dominantes sirven ahora para asegurar el trono de la Ciencia. Ahí los tienes. Y luego dirán que son innovadores.
Hoy, porque sí, principalmente, y porque cuando a uno se le ocurre un buen ejemplo para hacerse oír, tiene que aprovecharlo, me voy a meter un poco con los milagros de uno y de otro. Analicemos entonces la escena del Pentecostés: Wikipedia, Carta a los Bloggeros (I)
De ahí, en concreto, me voy a quedar con un aspecto que considero realmente de interés, especialmente cuando un servidor se ha dejado los cuernos durante más de 9 años y sigo sin poder hablar alemán a nivel común y corriente (¿cómo lo harán los alemanes?): la glosolalia. Qué bonito.
Se entiende (yo entiendo) que la glosolalia es un comportamiento que se da en estado de trance, por el que el sujeto habla en un lenguaje no comprensible, o al menos parece hacerlo. La Santa Madre Iglesia (todo junto y en mayúsculas) dice que esto se debe a que alaba al Jefe en idiomas no conocidos o ya olvidados. La Comunidad Científica (¿vais pillando la dinámica?) asegura que esto no puede ser: no se puede implantar en un cerebro, que al fin y al cabo no es sino el Empíricamente Demostrado Origen de Toda Conducta un conocimiento de forma brusca e instantánea, y por supuesto tampoco se puede hablar un idioma que no se haya aprendido antes. Personalmente considero que sería poco deportivo (aunque tengo que admitir que las reglas de competición castrada del deporte nunca me gustaron).
He encontrado una parábola, perdón, artículo, que analiza este concepto, según su propio autor, "desde una óptica infinitamente más seria". Enrique Coperías, en esta entrada tan simpática de su blog, nos cuenta el punto de vista de la ciencia al respecto de la glosolalia. Por supuesto que expongo una epístola, perdón, publicación científica ya que la opinión de la Ciencia es por lo general mucho más compleja, por la obvia razón de que las mentiras más complicadas cuesta más tiempo describirlas.
Aquí tenemos un caso claro en el que se explica de dos maneras completamente equivocadas un fenómeno que está ahí, y probablemente (digo probablemente porque muchos casos como este son altamente susceptibles de ser influidos por las creencias de los involucrados, es lo que se ha dado en llamar "efecto Charcot") le importe tres pimientos cómo lo queramos explicar: de una manera u otra, seguirá pasando, da igual quién y como lo explique.
Aquí hay un punto de inflexión importante, que circula al rededor de la pregunta "¿quién {imprecación más o menos furiosa} te crees que eres para decir que todo el mundo está equivocado?". Bueno, soy una persona que ha visto que cada vez que se intenta explicar algo sobre esto, se utilizan palabras más enrevesadas e impregnadas de demagogia (por parte de la Religión) o niveles de abstracción más complejos y ridículos (por parte de la Ciencia), y en resumen, metafóricamente hablando, la bola de nieve de la mentira cada vez rueda más, y más, y más, porque nadie sabe cómo explicar una cosa que está pasando siguiendo un esquema de explicaciones fijo que no está preparado para explicar este tipo de cosas. ¿Soy el único al que se le ocurre que quizá, y digo quizá, en lugar de enrevesar tanto la explicación, sería buena idea que nos centráramos en encontrar otra que sí lo consiga explicar? 
Y ya no hablo de una Científica o Religiosa, no una explicación dentro de estos sistemas. También le podríamos preguntar al PP y al PSOE (seguro que el debate no se distinguiría mucho). Hablo de una explicación hecha por alguien a quien no le importe que Su Bando En Esta Guerra tenga razón, sino más bien que Las Cosas Queden Claras.

Reapertura del blog

Después de pelear con google durante dos días, por culpa de la desaparición de la anterior cuenta. re-inauguro el blog con una idea vieja con nuevos pantalones. O en calzoncillos, pero desde luego nuevos. En la Biblia (sí, leo esas cosas sin que me quemen las manos) se cuenta la parábola del "buen samaritano". Una historia ciertamente llenísima de información valiosa acerca de cómo somos igual de listos hoy en día de lo que creemos que eran en su época. Bien podríamos haberlo llamado "el buen talibán" en estos momentos.
Para los que no lo sepáis, narra las peripecias de un hombre que, atacado por unos indeseables (de "raza" sin especificar, así que sospechamos que serían de la suya propia, como pasa ahora en las noticias) es ayudado por un samaritano, una etnia que era conocida por su bien demostrada (al menos según los criterios de la época, que no son muy distintos de los de hoy) afición a atacar y robar a los pacíficos ciudadanos. El samaritano es un ejemplo de cómo años de marginación pueden convertir a una persona común y corriente de un grupo cultural inadecuado en todo un héroe, mientras una persona exactamente igual de anodina del grupo cultural adecuado sería un buen ciudadano por definición.
Así que aquí estamos. Y como no quiero que se me enjaule en ninguna de las clasificaciones humanas, biológicas, etológicas o hasta botánicas, si nos ponemos, me haré llamar el Buen Lokaritano. Porque los lokaritanos, como todo el mundo sabe, y si no lo sabéis es porque aún no conocéis a ninguno, (y si no lo conocéis no es porque no exista, sino porque los muy cabrones son unos zorros rastreros que saben esconderse bien, ¿verdad?) somos unos impresentables. Pero yo soy el buen lokaritano. Es decir, el que es exactamente igual que tú pero parece mejor persona porque llevas años pensando que no lo es. 
Bienvenidos al blog. Tomad asiento y aliento.